(Premio Certamen Literario La Voz del Pueblo 2009)
(Inspirado en un hecho real)
Pedro no era Pedro, como todos los Pedros, sino que era Pedrito.
El diminutivo era más bien como un rótulo, como un aviso, cariñoso, pero rótulo al fin. Más teniendo en cuenta que definitivamente no encajaba con el cuerpo inmenso de este muchacho.
Si alguien del pueblo llamaba a la farmacia de Juan pidiendo una entrega a domicilio, Juan decía al teléfono “Ahí te lo mando a Pedrito”. Juan no tenía delivery, sino que lo tenía a Pedrito. El cartel de la vidriera no decía delivery, aunque hubiera resultado más corto y menos trabajoso de pintar. Decía “Entregas a domicilio”.
(Inspirado en un hecho real)
Pedro no era Pedro, como todos los Pedros, sino que era Pedrito.
El diminutivo era más bien como un rótulo, como un aviso, cariñoso, pero rótulo al fin. Más teniendo en cuenta que definitivamente no encajaba con el cuerpo inmenso de este muchacho.
Si alguien del pueblo llamaba a la farmacia de Juan pidiendo una entrega a domicilio, Juan decía al teléfono “Ahí te lo mando a Pedrito”. Juan no tenía delivery, sino que lo tenía a Pedrito. El cartel de la vidriera no decía delivery, aunque hubiera resultado más corto y menos trabajoso de pintar. Decía “Entregas a domicilio”.
La bicicleta apoyada contra el árbol de la vereda daba fe que Pedrito estaba de turno. Era un trasto de color indefinido con un canasto atado con alambres al manubrio. Y no estaba encadenada al árbol. En este pueblo nadie iba a robar una bicicleta y menos la de Pedrito.Estaba apoyada, tal como la dejaba Pedrito después de algún encargue, en un ángulo imposible, desafiando las leyes del equilibrio. Cuando no había encargues, Juan lo tenía en la trastienda, clasificando cajas o cebando mate.
Pedrito era particularmente voluntarioso para acarrear cosas pesadas. Por eso y por su pasión por el fútbol, Juan lo empezó a incluir como utilero del Deportivo. Juan era el técnico del equipo desde hacía 10 años. Este año el Deportivo no había tenido una buena campaña, pero había mantenido sus chances de meterse en el Octogonal.
Pedrito cargaba tres bolsas de lona desde la camioneta hasta los vestuarios. La más pesada era la de los botines. Se la echaba al hombro como si fuera un bombero rescatando a una victima asfixiada, y corría con el bulto como si hubiera apuro, justo aquí, donde nadie se apuraba, donde con frecuencia había que esperar al árbitro y a los jueces de línea que venían de pueblos vecinos. La segunda bolsa era de casacas, pantalones y medias. En la tercera iba el botiquín, los bidones de agua y una estufa eléctrica, porque los cambiadores eran el polo, en cualquier época del año.
En los vestuarios, que siempre olían a orín y humedad, Pedrito dejaba la indumentaria lista para cada jugador, con esmero franciscano, sobre los bancos de madera. Se había integrado de tal modo que cuando se pescó una neumonía y estuvo ausente dos fechas todos preguntaban por él.
Excepto el entredicho que tuvo con el Tero Sosa hace ya casi dos años, nunca tuvo problemas con nadie del plantel.
El Tero Sosa era un centro delantero que vino a préstamo por 6 partidos cuando el Deportivo estuvo a punto de perder la categoría. Había arreglado con el Deportivo a cambio de unos pesos y una pick-up usada que donó la Comisión. Era un sujeto oscuro y engreído, cuyo pergamino mayor consistía en haber jugado una promoción a Primera B Nacional con San Martín de San Juan. Estaba en curva descendente, pero se sentía una estrella en medio del modesto plantel del Deportivo. Una tarde le gritó “Apurate, mogólico!” a Pedrito, que se le había ocurrido pasar betún a los botines de todos. Se hizo un silencio espeso en el vestuario. El Tero Sosa sintió 15 miradas que lo apuñalaron, pero ni su rusticidad emocional ni su vanidad de cromo-níkel le permitieron advertirlo. La voz de Pedrito sonó apenas como un susurro tímido, doloroso:
Pedrito cargaba tres bolsas de lona desde la camioneta hasta los vestuarios. La más pesada era la de los botines. Se la echaba al hombro como si fuera un bombero rescatando a una victima asfixiada, y corría con el bulto como si hubiera apuro, justo aquí, donde nadie se apuraba, donde con frecuencia había que esperar al árbitro y a los jueces de línea que venían de pueblos vecinos. La segunda bolsa era de casacas, pantalones y medias. En la tercera iba el botiquín, los bidones de agua y una estufa eléctrica, porque los cambiadores eran el polo, en cualquier época del año.
En los vestuarios, que siempre olían a orín y humedad, Pedrito dejaba la indumentaria lista para cada jugador, con esmero franciscano, sobre los bancos de madera. Se había integrado de tal modo que cuando se pescó una neumonía y estuvo ausente dos fechas todos preguntaban por él.
Excepto el entredicho que tuvo con el Tero Sosa hace ya casi dos años, nunca tuvo problemas con nadie del plantel.
El Tero Sosa era un centro delantero que vino a préstamo por 6 partidos cuando el Deportivo estuvo a punto de perder la categoría. Había arreglado con el Deportivo a cambio de unos pesos y una pick-up usada que donó la Comisión. Era un sujeto oscuro y engreído, cuyo pergamino mayor consistía en haber jugado una promoción a Primera B Nacional con San Martín de San Juan. Estaba en curva descendente, pero se sentía una estrella en medio del modesto plantel del Deportivo. Una tarde le gritó “Apurate, mogólico!” a Pedrito, que se le había ocurrido pasar betún a los botines de todos. Se hizo un silencio espeso en el vestuario. El Tero Sosa sintió 15 miradas que lo apuñalaron, pero ni su rusticidad emocional ni su vanidad de cromo-níkel le permitieron advertirlo. La voz de Pedrito sonó apenas como un susurro tímido, doloroso:
-No soy mongólico...Solo tengo un atraso madurativo.
Juan le había enseñado esa expresión, y la había practicado tardes enteras, aunque nunca la había usado hasta ese día.
-Lo que sea...- ladró el Tero Sosa, y se calzó los botines lustrosos como espejos. Inútilmente, por cierto, porque esa tarde no le dieron un solo pase. Solo tocó 3 veces la pelota: un rebote y dos laterales que tuvo que molestarse en ir a buscar. No duró ni 4 fechas. Se fue mascullando, con algo de dinero y sin la pick-up.
El Deportivo se salvó igual del descenso ese año, y hoy jugaba la última fecha del torneo Preparación, contra Defensores. Ninguno de los dos tenía chances de nada, ni buenas ni malas. Era un sábado helado, en todo sentido. Hasta el sol parecía desganado a la hora de asomarse. Se dejaba hundir por unas nubes gris plomo, como de nieve.
En el entretiempo, Juan se acercó al árbitro.
-Escuchame: ahora antes que termine lo voy a poner a Pedrito.
El árbitro enarcó la cejas.
-No, Juan. No se puede, imaginate que presentaran una queja los de Defensores. Me sacan la licencia...
-Ya hablé con el técnico de Defensores y no tiene problema. Lo pongo un rato. Tu úlcera mejor?
El árbitro pensó un momento. Miró por sobre el hombro de Juan. Pedrito estaba acomodando los bidones de agua en el banco de suplentes. Miró a Juan y no dijo nada, pero sonrió y se fue trotando al centro del campo, para iniciar el segundo tiempo.
A los 35 minutos Juan giró la cabeza y dijo las palabras inolvidables: -Pedrito, hacé la entrada en calor que vas a ingresar por el Turco.
Pedrito miró hacia atrás, como si hubiera otro Pedrito y el no lo supiera. Los ojos como dos soles juntos:- Yo, Juan?
-Si, vos. Tenés la ropa en el vestuario. Dale, que el Turco está con una contractura.
Pedrito se incorporó como en trance. Cuando entró al vestuario había un equipo completo, flamante, esperándolo en el banco de madera. Algo, como una ola cálida le oprimió el pecho y la garganta. En 45 segundos estaba elongando al lado del alambrado.
- Cambio, Juez!- gritó Juan desde el borde de la línea de cal. El Cuarto Árbitro revoleó los ojos. Hubo un cruce de miradas. Por fin, se alzó el cartel de chapa con los dos números.
-A ver los botines, Pedrito- dijo el Cuarto Árbitro, chequeando los tapones como dice el Reglamento.
- Pedrito no: Pedro- corrigió Pedrito con el pecho que le explotaba.
-Bueno, Pedro!-sonrió el Cuarto Árbitro y le dio una palmada en la espalda.
El Turco salió rengueando y entró Pedro, no Pedrito. Y se quedó cerca del lateral izquierdo, como Juan le había indicado, atento a la subida del 4 de Defensores. Pero el juego no llegó ni una sola vez a su sector.
A los 44 hubo un tiro libre cerca de la media luna.
- Vos, Pedrito...- dijo el capitán del Deportivo, el Negro Ávila.
Y pateó Pedrito.
La pelota pasó más cerca del banderín del corner que del arco mismo, pero hubiera sido magnífico que tomara comba, cara interna, y se elevara por sobre la barrera, para luego bajar y meterse en el segundo palo, arriba, en el rinconcito, agitando la red incluso antes que el arquero cayera al pasto en su intento desesperado por evitar lo inevitable. Hubiera sido grandioso.
Dos minutos después, el árbitro pitó el final.
Pedro se cambió rápido y cargó como siempre los 3 sacos de lona a la camioneta. En el último viaje se cruzó con Juan y lo detuvo. Parecía que se le amontonaban un millón de palabras juntas, pero solo dos asomaron: - Gracias, Juan.
- De nada, Pedro. Acordate que hay que llevarle las gasas a la viuda de Sabatini hoy antes de las 9. Ah, y que los cumplas feliz.
Pedro montó la bicicleta de reparto con la noche ya cortando el horizonte. Se secó las lágrimas con el antebrazo y embaló sobre los pedales con premura, como si hubiera apuro.
Justo aquí, que nadie se apuraba...
Andrés Mazzitelli
Juan le había enseñado esa expresión, y la había practicado tardes enteras, aunque nunca la había usado hasta ese día.
-Lo que sea...- ladró el Tero Sosa, y se calzó los botines lustrosos como espejos. Inútilmente, por cierto, porque esa tarde no le dieron un solo pase. Solo tocó 3 veces la pelota: un rebote y dos laterales que tuvo que molestarse en ir a buscar. No duró ni 4 fechas. Se fue mascullando, con algo de dinero y sin la pick-up.
El Deportivo se salvó igual del descenso ese año, y hoy jugaba la última fecha del torneo Preparación, contra Defensores. Ninguno de los dos tenía chances de nada, ni buenas ni malas. Era un sábado helado, en todo sentido. Hasta el sol parecía desganado a la hora de asomarse. Se dejaba hundir por unas nubes gris plomo, como de nieve.
En el entretiempo, Juan se acercó al árbitro.
-Escuchame: ahora antes que termine lo voy a poner a Pedrito.
El árbitro enarcó la cejas.
-No, Juan. No se puede, imaginate que presentaran una queja los de Defensores. Me sacan la licencia...
-Ya hablé con el técnico de Defensores y no tiene problema. Lo pongo un rato. Tu úlcera mejor?
El árbitro pensó un momento. Miró por sobre el hombro de Juan. Pedrito estaba acomodando los bidones de agua en el banco de suplentes. Miró a Juan y no dijo nada, pero sonrió y se fue trotando al centro del campo, para iniciar el segundo tiempo.
A los 35 minutos Juan giró la cabeza y dijo las palabras inolvidables: -Pedrito, hacé la entrada en calor que vas a ingresar por el Turco.
Pedrito miró hacia atrás, como si hubiera otro Pedrito y el no lo supiera. Los ojos como dos soles juntos:- Yo, Juan?
-Si, vos. Tenés la ropa en el vestuario. Dale, que el Turco está con una contractura.
Pedrito se incorporó como en trance. Cuando entró al vestuario había un equipo completo, flamante, esperándolo en el banco de madera. Algo, como una ola cálida le oprimió el pecho y la garganta. En 45 segundos estaba elongando al lado del alambrado.
- Cambio, Juez!- gritó Juan desde el borde de la línea de cal. El Cuarto Árbitro revoleó los ojos. Hubo un cruce de miradas. Por fin, se alzó el cartel de chapa con los dos números.
-A ver los botines, Pedrito- dijo el Cuarto Árbitro, chequeando los tapones como dice el Reglamento.
- Pedrito no: Pedro- corrigió Pedrito con el pecho que le explotaba.
-Bueno, Pedro!-sonrió el Cuarto Árbitro y le dio una palmada en la espalda.
El Turco salió rengueando y entró Pedro, no Pedrito. Y se quedó cerca del lateral izquierdo, como Juan le había indicado, atento a la subida del 4 de Defensores. Pero el juego no llegó ni una sola vez a su sector.
A los 44 hubo un tiro libre cerca de la media luna.
- Vos, Pedrito...- dijo el capitán del Deportivo, el Negro Ávila.
Y pateó Pedrito.
La pelota pasó más cerca del banderín del corner que del arco mismo, pero hubiera sido magnífico que tomara comba, cara interna, y se elevara por sobre la barrera, para luego bajar y meterse en el segundo palo, arriba, en el rinconcito, agitando la red incluso antes que el arquero cayera al pasto en su intento desesperado por evitar lo inevitable. Hubiera sido grandioso.
Dos minutos después, el árbitro pitó el final.
Pedro se cambió rápido y cargó como siempre los 3 sacos de lona a la camioneta. En el último viaje se cruzó con Juan y lo detuvo. Parecía que se le amontonaban un millón de palabras juntas, pero solo dos asomaron: - Gracias, Juan.
- De nada, Pedro. Acordate que hay que llevarle las gasas a la viuda de Sabatini hoy antes de las 9. Ah, y que los cumplas feliz.
Pedro montó la bicicleta de reparto con la noche ya cortando el horizonte. Se secó las lágrimas con el antebrazo y embaló sobre los pedales con premura, como si hubiera apuro.
Justo aquí, que nadie se apuraba...
Andrés Mazzitelli
No hay comentarios.:
Publicar un comentario