“Pedrito
debuta en Primera”
(Andrés
Mazzitelli)
Premio
Certamen Literario Diario La Voz del Pueblo de Tres Arroyos Noviembre
de 2009
(Inspirado
en un hecho real sucedido en la localidad de Oriente, Partido de
Coronel Dorrego, Provincia de Buenos Aires a Pedro Brendell y Juan
Gianechini )
Pedro
no era Pedro, como todos los Pedros, sino que era Pedrito.
El
diminutivo era más bien como un rótulo, como un aviso, cariñoso,
pero rótulo al fin.
Si
alguien del pueblo llamaba a la farmacia de Juan pidiendo una entrega
a domicilio, Juan decía al teléfono “Ahí te lo mando a Pedrito”.
Juan no tenía delivery,
sino que lo tenía a Pedrito. El cartel de la vidriera no decía
delivery,
aunque hubiera resultado más corto y menos trabajoso de pintar.
Decía “Entregas
a domicilio”.
La bicicleta apoyada contra el árbol de la vereda daba fe que
Pedrito estaba de turno. Era un trasto de color indefinido con un
canasto atado con alambres al manubrio. Y no estaba encadenada al
árbol. En este pueblo nadie iba a robar una bicicleta y menos la de
Pedrito. Estaba apoyada, tal como la dejaba Pedrito después de algún
encargue, en un ángulo imposible, desafiando las leyes del
equilibrio.
Banco de suplentes de EL QUEQUÉN Pedrito(Sentado en el botiquín) Juan (encendiendo un cigarrillo) |
Además de hacer algún mandado con propina y tomar mate
en la Farmacia de Juan, Pedrito por la mañana trabajaba formalmente
en la Panadería Modelo de Adrián. Era bueno amasando, y
particularmente voluntarioso y entusiasta. Le cambiaba el brillo de
los ojos cuando se sentía útil haciendo algo. Por eso y por su
pasión por el fútbol, Juan lo empezó a incluir como utilero de
Club El Quequén de Oriente. Juan era el técnico del equipo desde
hacía años. Este año El Quequén no había tenido una buena
campaña, pero había mantenido sus chances de meterse en el
Octogonal.
Pedrito
ayudaba con las bolsas de lona desde la camioneta hasta los
vestuarios. Como no tenía mucha fuerza, su tarea a veces era
simbólica, pero estaba ahí, siempre atento a levantar algo si se
caía en el camino. Siempre tenía cuidado de evitar la bolsa más
pesada, la de los botines, botiquín y bidón de agua, pero cargaba
la más liviana, la de las casacas, pantalones cortos y medias. Se la
echaba al hombro como si fuera un bombero rescatando a una víctima asfixiada, y corría con el bulto como si hubiera apuro, justo aquí,
donde nadie se apuraba, donde con frecuencia había que esperar al
árbitro y a los jueces de línea que venían de pueblos vecinos.
Juan llevaba el portafolios con la papelería y una estufa eléctrica,
porque los cambiadores eran el polo, en cualquier época del año.
En
los vestuarios, que siempre olían a orín y humedad, Pedrito dejaba
la indumentaria lista para cada jugador, con esmero franciscano,
sobre los bancos de madera. Se había integrado de tal modo que
cuando se pescó una neumonía y estuvo ausente dos fechas todos
preguntaban por él.
Pedrito con Diego |
Excepto
el entredicho que tuvo con el Tero Sosa hace ya casi dos años, nunca
tuvo problemas con nadie del plantel.
El
Tero Sosa era un centro delantero que vino a préstamo por 6 partidos
cuando El Quequén estuvo a punto de perder la categoría. Había
arreglado con El Quequén a cambio de unos pesos y una pick-up usada
que donó la Comisión. Era un sujeto oscuro y engreído, cuyo
pergamino mayor consistía en haber jugado una promoción a Primera B
Nacional con San Martín de San Juan. Estaba en curva descendente,
pero se sentía una estrella en medio del modesto plantel de El Quequén. Una tarde le gritó “Apurate,
mogólico!”
a Pedrito, que se le había ocurrido pasar betún a los botines de
todos. Se hizo un silencio espeso en el vestuario. El Tero Sosa
sintió 15 miradas que lo apuñalaron, pero ni su rusticidad
emocional ni su vanidad de cromo-nikel le permitieron advertirlo. La
voz de Pedrito sonó apenas como un susurro tímido, doloroso: -No
soy
mongólico...Solo
tengo un atraso
madurativo.
Juan
le había enseñado esa expresión, y la había practicado tardes
enteras, aunque nunca la había usado hasta ese día.
-Lo
que sea- ladró el Tero Sosa, y se calzó los botines lustrosos como
espejos. Inútilmente, por cierto, porque esa tarde no le dieron un
solo pase. Solo tocó 3 veces la pelota: un rebote y dos laterales
que tuvo que molestarse en ir a buscar. No duró ni 4 fechas. Se fue
mascullando, con algo de dinero y sin la pick-up.
El
Quequén se salvó igual del descenso ese año, y hoy jugaba la
última fecha del torneo Preparación, contra Independiente. Ninguno
de los dos tenía chances de nada, ni buenas ni malas. Era un sábado
helado, en todo sentido. Hasta el sol parecía desganado a la hora de
asomarse. Se dejaba hundir por unas nubes gris plomo, como de nieve.
-Escuchame:
ahora antes que termine lo voy a poner a Pedrito.
El
árbitro enarcó la cejas.
-No,
Juan. No se puede, imaginate que presentaran una queja los de
Independiente. Me sacan la licencia...
-Ya
hablé con el técnico de Independiente y no tiene problema. Lo pongo
un rato. Tu úlcera cómo sigue? Mejoró con la caja de Mylanta que
te mandé?
El
árbitro pensó un momento. Miró por sobre el hombro de Juan.
Pedrito estaba acomodando los bidones de agua en el banco de
suplentes. Miró a Juan y no dijo nada, pero sonrió y se fue
trotando al centro del campo, para iniciar el segundo tiempo.
A
los 35 minutos Juan giró la cabeza y dijo las palabras inolvidables:
-Pedrito, hacé la entrada en calor que vas a ingresar por el Turco.
Pedrito
miró hacia atrás, como si hubiera otro Pedrito y el no lo supiera.
Los ojos como dos soles juntos:- Yo, Juan?
-Si,
vos. Tenés la ropa en el vestuario. Dale, que el Turco está con una
contractura.
Pedrito
se incorporó como en trance. Cuando entró al vestuario había un
equipo completo, flamante, esperándolo en el banco de madera. Algo,
como una ola cálida le oprimió el pecho y la garganta. En 45
segundos estaba elongando al lado del alambrado.
-
Cambio, Juez!- gritó Juan desde el borde de la línea de cal. El
Cuarto Árbitro revoleó los ojos. Hubo un cruce de miradas. Por fin,
se alzó el cartel de chapa con los dos números.
-A
ver los botines, Pedrito- dijo el Cuarto Árbitro, chequeando los
tapones como dice el Reglamento.
-
Pedrito,
no: Pedro- corrigió Pedrito con el pecho que le explotaba.
-Bueno,
Pedro!-sonrió el Cuarto Árbitro y le dio una palmada en la espalda.
El
Turco salió rengueando y entró Pedro, no Pedrito. Y se quedó cerca
del lateral izquierdo, como Juan le había indicado, atento a la
subida del 4 de Independiente. Pero el juego no llegó ni una sola
vez a su sector.
Pedrito y personal del Hogar donde vivió sus últimos días |
A
los 44 hubo un tiro libre cerca de la media luna.
-
Vos, Pedrito...- dijo el capitán de El Quequén, el Negro Ávila.
Y
pateó Pedrito.
La
pelota pasó más cerca del banderín del corner que del arco mismo,
pero hubiera sido magnífico que tomara comba, cara interna, y se
elevara por sobre la barrera, para luego bajar y meterse en el
segundo palo, arriba, en el rinconcito, agitando la red incluso antes
que el arquero cayera al pasto en su intento desesperado por evitar
lo inevitable. Hubiera sido grandioso.
Dos
minutos después, el árbitro pitó el final.
Pedro
se cambió rápido y cargó como siempre los 3 sacos de lona a la
camioneta. En el último viaje se cruzó con Juan y lo detuvo.
Parecía que se le amontonaban un millón de palabras juntas, pero
solo dos asomaron: - Gracias, Juan.
-
De nada, Pedro. Acordate de llevarle la caja de Buscapina a Uzlengui. Ah, y que los cumplas feliz.
Pedro
montó la bicicleta de reparto con la noche ya cortando el horizonte.
Se secó las lágrimas con el antebrazo y embaló sobre los pedales
con premura, como si hubiera apuro.
Andrés Mazzitelli
BROWN 998 – TRES ARROYOS
2983 408337
CLAROWHATSAPP
Facebook
Youtube
Twitter
Instagram
No hay comentarios.:
Publicar un comentario