lunes, marzo 13, 2006

Cuando envejece el amor (Andrés Mazzitelli)-canción-



Envejece el amor esperándolo al destino.
Se le rinde el corazón y renuncia a los caminos.
Se le motean las manos,
Se le destiñe la tela
Donde una vez pintó un sueño
Con acuarelas.

Envejece el amor aquí, en vivo y sin audiencia.
Mientras canto esta canción, sumó dos canas de ausencia.
Se le agotan los poemas,
Ya las flores llegan solas.
Pega trozos de deseos
Con Plasticola...

Envejece el amor, pero no tira la toalla.
Tanto ha dicho, pero hoy, mucho más es lo que calla.
Una gota de demencia
Es mas que un mar de cordura.
Son las balsas del naufragio
Sus travesuras.

Envejece el amor racionando sus riquezas.
En vez de arder fuerte hoy, eterniza la tibieza.
Cambia el ritmo por la pausa,
La pasión por el cariño.
Se hace viejo pero, al cabo,
Se vuelve un niño.

Cambia el ritmo por la pausa,
La pasión por el cariño.
Mira atrás, hacia la vida
Y le hace un guiño...

Letra y música: Andrés Mazzitelli.

Clara (Andres Mazzitelli) -Cuento policial-

(Primer Premio Concurso Literario Diario LA VOZ DEL PUEBLO)
“Clara”

Una pared blanca. Una aguja de fuego entrando directo a mi cerebro. Un océano oscuro que me sumerge. Eso es todo.
El médico me mira largamente. El gordo que está a la izquierda sin duda es policía. Hay mas gente afuera. Vi sus uniformes azules cuando salió la enfermera. Cerca de la ventana, el canoso, el que dijo ser juez, toma notas en una libreta. Me encantaría que salieran del cuarto para hacer ESO. Me refiero a reunirse en el extremo de la habitación y murmurar. Esconden algo. Estoy seguro. Creo que el calmante está haciendo su trabajo. Pero, no quiero. No quiero dormir. No quiero cerrar los...

Una pared blanca. Un estampido. Un arma de fuego estallando. Una aguja. Un océano...
Debieron decírmelo la semana pasada. Era mi esposa y ahora está muerta. Quiero saber todo. Especialmente los detalles. Pero son una manga de cobardes. Vi algunas fotografías. Debí ser un hombre afortunado. No es difícil enamorarse de una mujer como así. Se llamaba Clara. Odio el despotismo de los médicos. Tuve que averiguar su nombre preguntándole a la enfermera del turno noche, que es más vieja y locuaz. Alguien se supone que entró y nos atacó. Lo poco que se lo he recopilado palabra por palabra, como quien busca restos de un naufragio en una playa desolada. Cada retrato dispara un millón de enigmas. Por qué no hemos tenido hijos? Acaso el resto de mi familia será otra trouppe de desconocidos?

Una pared blanca. Una pistola pequeña, semejante a un juguete. Está cayendo. Al golpear el piso de madera, estalla. Estoy en el suelo. El retroceso del disparo envía la pistola debajo de un mueble. Después, la aguja y el océano...
Me tienen harto. No les diré nada de todo esto hasta que no me den todos los pormenores. La psicóloga es muy cálida. Supongo que es su trabajo. Creo inspirarle una infinita compasión. Tenemos charlas de 45 minutos exactos. La verdad, no hay mucho para hablar. Es muy extraño sentir que se ha nacido hace 27 días.
Creo que soy escritor. La enfermera de la noche deslizó una novela que tiene mi sonrisa en la contratapa. Se llama “Suspiros de muerte”. Bastó con leer el título para provocarme un acceso inmediato de náuseas.

La mujer se puso pálida. Me pidió que no se lo contara a los médicos o perdería su empleo. Accedí...a cambio de más información: el atacante entró por el garaje. Usó un martillo con Clara. Yo debí llegar después. Me disparó a la cabeza, pero falló por poco. Debió creerme muerto. Le digo “Gracias” a la enfermera y ella se esfuerza por sonreír, pero se le escapan las lágrimas. Acaso alguien ha intentado alguna vez armar un rompecabezas en la más absoluta oscuridad?

Una pared blanca. Una pistola que cae y se dispara. Alguien está gritando. Sin duda una mujer. Algo, como una aguja de fuego en mi cabeza. Un océano de tinta negra.
Creo que quiero viajar al pasado a través de las fotografías. Qué fácil amar a una mujer como Clara. Me han quito todo. Incluso su recuerdo.
El juez trata de ser imperturbable, pero las emociones lo asaltan y florecen sus tics : dice demasiados “ummmmm” y “eventualmente”. El gordo policía parece disfrutar cada momento. Su morbo se palpa hasta en sus silencios. Estoy francamente asqueado de escucharlos decir AFIRMATIVO, LA OCCISA, y todas esas estupideces de forma. Al final me entero del motivo de esta nueva visita, a casa 45 días de estar en esta cama: un patrullero advirtió un merodeador entrando por la ventana de una casa, a 6 cuadras de donde, dicen, vivíamos con Clara. Llevaba una pistola pequeña. Por desgracia no responderá al interrogatorio. El procedimiento de detención lo puso directamente en la morgue.
Firmé todo lo que me trajeron. Conocí de nuevo a mi agente editor, un abogado de apellido Pinelli que no deja de sonreír y secarse el sudor de la frente con un pañuelo. Mi amiga, la enfermera de noche, me trajo periódicos. Si se enteran, la mandan a Nepal. Mientras estiro las piernas y veo por la ventana como la gente vuelve hastiada del trabajo, no puedo dejar de pensar en...

Una pared blanca. Un cuadro en la pared. Y en el cuadro, el título de mi licenciatura en letras. Una mujer gritando. Es ella? Giro y veo por fin su rostro. Es la mujer de las fotografías. Es Clara. Infinitamente más hermosa y vibrante que lo que imaginaba. Todas las noches, todas las horas que pasé hundido en sus fotografías parecieron nada comparados con su viva presencia.
Clara gesticula. La furia de su rostro se trastoca en manifiesto terror. Intenta protegerse y se cubre con el antebrazo izquierdo. Mientras, a tientas abre un cajón y saca algo que reluce en un destello. Algo metálico. Un segundo después lo rojo estalla y se esparce. Quiero ver el rostro de ese maldito. Clara empuña la Beretta. La misma que me regaló Pinelli hace tiempo. Está de espaldas y hay sangre por todos lados. Se derrumba frente al espejo. Su mano se relaja y la pistola se desliza al suelo. Cae eternamente. Dónde está ese monstruo? Giro un poco y lo veo de pie, cerca de la cama. Es decir, veo su imagen en el espejo. Clara está cayendo. La Beretta aun no a tocado la madera del entarugado. Una fracción de segundo antes del disparo, mis ojos se reconocen en el reflejo del cristal.
Oh! Dios mío! Hay algo en mi mano derecha. Parece un martillo...


Andrés Mazzitelli
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