jueves, marzo 16, 2006

EL ORGASMO PERPETUO -Cuento-


"EL ORGASMO PERPETUO"
Por Andrés Mazzitelli

Sabía que habría problemas. Se dirigieron a mi por correo certificado. Abrochado al pié de la escueta nota había un cheque a mi nombre por 1500 dólares. Recordé en el acto las palabras del sub-inspector Carranza, mi contacto de muchos años en el Departamento Central de Policía:
“Dólares y dolores son palabras muy semejantes..."
De todos modos, enfundé la bandera de mi orgullo profesional, principalmente porque ese era el monto casi exacto de lo que adeudaba de renta por la oficina infecta donde trabajo y vivo.
Acudí a la cita con mi mejor traje. La residencia Von Gallager parecía un vestigio del pasado olvidado en medio de la ciudad. La señora Von Gallager, desde su silla de ruedas autopropulsada no habló en casi toda la entrevista. Sus hijos varones, Wilfredo y Leonardo, observaban desde lejos. Uno de pié cerca del ventanal. El otro, hundido en un sillón, haciéndole el amor con el índice a un vaso de gin—tonic. Doris, en cambio, que parecía ser la hermana mayor, manejó la charla a su antojo, interrumpiendo el relato del ahogado Astrup diciéndole “Cállese imbecil” varias veces. El abogado no dejó de mirarme con esos ojos acuosos, sin que un solo músculo del rostro se le tensara. Y yo volví a evocar palabras del sub- inspector Carranza:
“Hace falta una vida para llegar a conocer a algunas personas, pero a veces un minuto basta y sobra para conocer otras.”
El caso era simple: Don Ernesto Von Gallager había desaparecido y existía gran apremio por saber de su suerte, pos cuestiones obviamente pecuniarias. Le dejé la cara al abogado Astrup y me fui en cavilaciones, preguntándome, como es natural, cuál de estos canallas lo habría asesinado.


—Yo sé que mi marido está con vida!—balbuceó la señora Gallager en un repentino arranque de histeria que la arrebató de su mutismo. Por poco se hacha sobre mí. La contuve y la devolví a su silla, después de olerla de cerca y pensar: “Johnny Walker. Litros de Johnny Walker” El estudio de don Ernesto era un lugar asombroso. Von Gallager era un erudito en medicina del sistema nervioso , psiquiatría y psicología evolutiva. Cuadros con títulos y pergaminos laminaban del piso al techo las paredes. Poseía además una insólita biblioteca sobre meditación trascendental, cultura hindú, china y tibetana y algunos volúmenes de aspecto antiquísimo de ritos esotéricos medievales. Habría perdido años hurgando entre las notas del Doctor, pero recordé otra frase: “Lo importante está entre lo que se pretende destruir...” -también fruto del intelecto suburbano del sub-inspector Carranza. En la chimenea del estudio encontré cenizas por demás interesantes. Por ejemplo, un sobre semi consumido por el fuego con el membrete “Radisson Montevideo Victoria Plaza Hotel- Plaza Independencia 759-Montevideo”. Entre los restos de un anotador carbonizado, una línea manuscrita se dejaba leer todavía, una línea que resonaría mil veces en mi mente aún mientras volaba sobre el Río rumbo a Uruguay:
“...este parece ser el único camino neurológicamente seguro hacia el orgasmo perpetuo...”

Antes de llegar al hotel ya sabía bastante sobre “el orgasmo perpetuo”, porque llevaba conmigo cerca de cinco kilos de apuntes del doctor Von Gallager.

“Le ruta farmacológica hacia el orgasmo perpetuo un callejón sin salida. Un camino incluso torpe y potencialmente peligroso para la salud mental del individuo. En cambio, la bibliografía espiritualista abunda en referencias, de un modo críptico, por cierto, pero bastante claro. El libro “Mantra Kármico”, trascripto de papiros cuya antigüedad ni siquiera se conoce, reza que fue necesario que una pizca de la magia divina coronase el instante copulativo para así asegurar la continuidad de la especie...”

No entendía una palabra. Cómo alguien con los galones académicos de Von Gallager podía pensar que Dios, de existir, estaba en un espasmo sexual constante? Acaso pretendía aventurarse el mismo en ese in conjeturable estado? La idea me inquietó bastante, lo admito, y recordé las palabras del sub-inspector Carranza: “Los accidentes ocurren siempre en el último momento”- perro no sé bien porque se dibujó ese pensamiento en mi mente. El Radisson Montevideo Victoria Plaza Hotel era uno de los más tradicionales y, por cierto, lujosos hoteles de Montevideo. Alguien con la descripción del Doctor se había alojado durante diez días bajo el nombre de Arturo Dela fuente. Un chofer del hotel confirmó haberlo llevado al aeropuerto. El horario coincidía con dos vuelos: uno a Buenos Aires y el otro a Santa Fe de Bogotá. Sabia que Von Gallager no tonaría el primero. Lo sabía porque yo, en su lugar, no lo haría, con semejante cuadro familiar. Llamé al abogado Astrup y sin darle ningún detalle, le solicité más dinero. Cuando la transferencia llegó, tomé el primer vuelo a Colombia. Los apuntes del Doctor seguían perturbándome:
"En condiciones normales de temperatura y presión arterial, el estado orgásmico dure apenas un par de segundos. Lo que parece prolongarlo, según el estudio electroencefalográfico, no es más que un eco, un reflejo meramente muscular...”

Me seguían perturbando porque recordé que mi primera esposa solía bromear sobre mi dialéctica involuntaria en los momentos culminantes del coito. Ella afirmaba que de mi boca salían jubilosas exclamaciones invocando a Dios, a la virgen y a todos los santos del cielo. Nunca he sido religioso, así que jamás entendí el porqué de este acto reflejo, ni puedo dar del todo por cierto lo de mi ex mujer, dado que siempre he vivido ese instante en un estado de trance en el que ni se lo que digo ni lo que hago. Como quiera que sea, los apuntes de Don Ernesto comenzaron a infundirme una extraña sensación de temor sobrenatural.

“...Sin embargo, en estado de meditación profunda, las lecturas son radicalmente distintas. Ya no tengo dudas que el estado orgásmico está misteriosamente ligado al concepto divino, cualquiera sea el nombre que se le asigne a esa entidad, ya sea Dios, Alá, Jehová, o como las culturas precolombinas, Pachamama, Madre Tierra, Madre Naturaleza. Siento que estoy muy cerca del gran descubrimiento!...”

Fue relativamente sencillo rastrear al Doctor en Bogotá: se había hospedado en el hotel mas tradicional y lujoso de la ciudad. Por desgracia ya no estaba allí. Uno de los mozos del lobby bar lo identificó en una fotografía, una instantánea que yo había escamoteado de su estudio, donde se lo veía posando rodeado de otros facultativos en un escenario enmarcado con la leyenda “Boston, Neurology Seminary, 1983”. Era una toma un poco antigua, blanco y negro, probablemente copiada de alguna revista de divulgación médica y ampliada, poro al fin el mozo colombiano no tuvo dudas, excepto que - advirtió- “ ...tiene el cabello más largo y además, lo acompaña su hija”.
- Su hija?- le pregunté- Usted quiere decir una niña?
- Si...- afirmó el moreno un tanto entrado en canas- Una niña como de 17 años...
Llamé al abobado de nuevo. Sentí un cierto placer al mentirle. Le dije que me hallaba en Buenos Aires, que el doctor Ernesto Von Gallager estaba efectivamente muerto y que arreglar todo el papeleo para la confirmación definitiva le costaría cien mil grandes. Para mi asombro, los depositaron en mi cuenta y gracias al milagro de la fibra óptica y los satélites, pude disponer del dinero al día siguiente.. El Doctor había alquilado una avioneta con destino a Tarapacá, en el sureño estado colombiano de Amazonas, en un singular corredor selvático donde convergen en pocas leguas las fronteras de Perú, Brasil y Colombia. Hasta allí me llevó el mismo piloto que una semana antes había trasladado al Doctor y a su supuesta hija. Dada la volátil y potencialmente peligrosísima situación de guerrilla en la zona, contraté una guía en el hotel, una bella peruana llamada Concepción.

“La civilización ha alejado paulatinamente al Hombre de Dios. Los estados más primitivos conservan a su vez un primitivismo espiritual. Ese tiene que ser el camino hacia la perpetuidad orgásmica: abandonarse a los sentidos, en vez de pensar e intelectualizar. Quizá como los chamanes, o como los antiguos brujos y sabios de las tribus aborígenes. Abandonarse a los instintos, lo que por supuesto, es una condenada blasfemia en el mundo moderno...”

Tarapacá era un lugar bastante pequeño. Poco más que una aldea de quizá 1500 almas enclavada en medio de la selva, a orillas del río Putumayo, afluente del mismísimo río Amazonas. (Como se puede apreciar, Concepción era una guía excelente)
Nos adentramos en camioneta por un sendero, una distancia que ni siquiera podría estimar, y luego tuvimos que continuar a pie no menos de una docena de kilómetros, hasta donde la espesura se tornaba impenetrable y el río se angostaba en medio del ensordecedor trinar de los pájaros. Teníamos compañía: la zona estaba controlada por un grupo narco cuyo jefe había sido esposo de Concepción. Esto me puso francamente nervioso, pero ella me confesó que habían roto porque el sujeto se había vuelto gay. Dado lo comprometido de semejante secreto en un ambiente tan hostil, Concepción, merced a su discreción, gozaba de total protección por parte de su ex, de manera que solo nos preocupábamos por los sangrientos insectos.
No podía dejar de pensar en todos los años de la vida de Von Gallager hasta hoy. En el grueso de los muros de su victoriana residencia. En el alcohólico aliento de su esposa. En el pérfido rostro de su hijos. Recordé otra vez palabras del sub- inspector Carranza: “Se puede ir a la guerra con una armadura de papel...pero, ni se te ocurra pelear...”
Un campesino nos condujo hasta las orillas del río. Todavía estaban allí las ropas del Doctor y de su “hija”. Habían abordado completamente desnudos una canoa de nativos Togusi, una de las pocas últimas tribus que sobreviven ocultas en el Amazonas; el Doctor, la joven y tres bellas nativas, y se habían perdido río abajo, quizá para siempre, dejando atrás todo: desde un cuaderno con notas hasta un sobre de plástico con tarjetas de crédito, pasaporte y 35.000 dólares en efectivo. Había además restos de bejucos, Banisteriopsis caapi o Banisteriopsis inebrians, según los apuntes del intrépido Doctor, pedazos trozados y machacados de sus cortezas, y olvidados envoltorios de arpillera con hojas trituradas de chacruna y otras hierbas. Todo indicaba que antes de emprender el definitivo viaje, habían preparado y bebido el legendario brebaje ceremonial de los pueblos ancestrales: la ayahuasca , y se habrían entregado entonces a sus supuestos e inimaginables mágicos poderes.
Bajo el sol abrasador, ese día y muchos meses después, seguía pensando en el Doctor Ernesto Von Gallager, en su peculiar derrotero, y en ese fervor heroico por entregarse de cuerpo entero en haras de la ciencia. Supe que su búsqueda del orgasmo perpetuo era de algún modo un viaje hacia adentro, un viaje interior, y también el eco del viaje íntimo personal de cada uno hacia el interior de su propia existencia.
En cuanto a mí, no puedo decir demasiado, excepto tal vez una frase que acude ahora a mi memoria:
“Quien no encuentra, debe abandonar la búsqueda. Pues quien no busca ...es hallado.”
No. No lo dijo el sub- inspector Carranza. Lo dijo Concepción, mientras elegíamos el mobiliario para nuestra nueva casa en Lima.
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Andrés Mazzitelli