sábado, abril 11, 2015

Memoria,recuerdos,sintetizadores y lágrimas en la lluvia

Yo hice micrófonos con audífonos viejos. Y efectos de sonido con eso: ajustaba el audífono a una vieja quena de madera y hablaba por el otro extremo: sonaba como el piloto de un avión en vuelo. Así recreaba el diálogo del misterioso Vuelo 19 con la torre antes de perderse en el Triángulo de las Bermudas.
Con un aspersor de jardín de plástico podía grabar un sonido de viento bastante decente soplándolo cerca del micrófono.
 Pink Floyd me despertó una obsesión por las cámaras de eco, así que de alguna manera empecé a preguntarme cómo funcionaban. Destripé un noble grabador National y reemplazando el cabezal de borrado por otro cabezal, tuve por fin una cámara de eco. Funcionaba lo que duraba la cinta del casete y no se podía regular la cantidad de eco (porque la distancia entre los cabezales era fija, pero para mí fue todo un éxito.
 Años antes estaba fascinado por la óptica y fabriqué varios telescopios de cartulina. Uno de ellos, combinando un gran lente viejo de mi abuelo Ramón con uno de un microscopio de juguete, funcionó bien. Pero al cabo me costó la vista porque no solamente intentaba mirar la luna y las estrellas sino también...el sol (Cuando decía "estrellas" me refería a todas...).
Yo se que sonará estúpido y lo pensé bastante antes de confesarlo, pero ayudará a formar una idea de qué clase de niño era si dijera que a los 11 años daba vueltas a la manzana tan rápido como mi bicicleta Aurorita me lo permitía con un reloj despertador en el bolsillo, dejando otro pequeño escondido en un cantero de la vereda...para ver si lo de la Relatividad era cierto y mi reloj al cabo de una vueltas atrasaba.
A los 8 años vi una publicidad de una proyectora infantil llamada Cinegraf  y quedé deslumbrado. Naturalmente, no pedí que me la compraran. En cambio, empecé a averiguar cómo funcionaba. Cuando alguien por fin se dignó a conectarme un portalámparas, construí un proyector de diapositivas con una lata de masitas Canale y una lupa. Las diapositivas eran tiras de papel plano dibujadas con plumín y tinta china. Ahí me gané el único "Distinguido" de toda mi historia escolar.
Que se rompiera un espejo era para mí no una desgracia sino una posibilidad de experimentar: periscopios con mira telescópica hecha con dos hilos negros de coser cruzados, para mirar por sobre el paredón del vecino, caleidoscopios con botones y piedritas de colores,
Hacía tiempo que me había cansado ya de mezclar detergente con lavandina para ver la calurosa reacción química. Además...me hacía toser.
En sonido, aprendí síntesis a los ponchazos, en un Yamaha PSS 680 que había costado una fortuna y era poco más que un juguete, pero tenía un sintetizador con 5 memorias y una batería programable que lo volvían un pequeño demonio embrujado. De ese bichito eran los sonidos extraños de mi primera canción con sintetizador: "Al Sur". Todavía algunos la recuerdan.
Al volver de la Colimba en el Sur- Regimiento de Infantería 25 de Sarmiento, Chubut- entré como músico al Elenco Estable Municipal de Teatro, para componer y grabar la música de varias comedias musicales. Con la excusa de producir la música de "La Vuelta Manzana" de Hugo Midón me llevé a mi casa prestado al mastodonte: un soberbio grabador de cinta abierta Teac de 4 canales que la Municipalidad tenía medio olvidado en la cabina de luces del teatro de la Escuela N°1. En realidad moría por experimentar la grabación en pistas múltiples, porque tener una portaestudio Fostex era impensable para mí en esa época. Tuve el grabador todo lo que pude, meses tal vez. Creo que mis uñas quedaron marcadas en sus laterales de madera cuando tuve que devolverlo. Grabé de todo con el Teac, las bandas sonoras y todo tipo de experimentos. Todavía guardo cajas con esas cintas. Una canción llamada "Tres Arroyos a las 4 de la mañana" está en 4 canales en una de ellas. Una copia de la canción era radiada por FM todas las noches antes de cortar la transmisión. Una vez descubrí que si se grababa la voz por un cabezal y se reproducía por el segundo, si se conectaba un auricular al segundo cabezal la voz se escuchaba con unas centésimas de segundo de atraso, lo que hacía que quien hablara así, sonara como borracho o como un lelo, al no coincidir lo que escuchaban sus oídos con lo que emitía su garganta. Era muy cómico.
Puse la tarjeta Visa color naranja-magma incandescente y me traje el Korg M1 de Buenos Aires con una excitación sólo comparable con la culpa horrorosa por el gasto hecho. Era lógico, entiéndanme: fui hijo del medio. Desde siempre aprendí a no pedir nada. Por ejemplo, soñaba desde 6° grado con ser escritor y tenía una docena de cuadernos escritos a lápiz llenos de relatos y hasta parte de una especie de novela-catástrofe. La máquina de escribir era como decir "soy escritor" pero nunca la pedí más que tímidamente. Pensé que iba a llegar por decantación natural. Por sentido común que le dicen.
Por eso después cuando pude comprar algo importante, me perseguía la sensación de que no lo merecía. Hasta el día de hoy tengo que luchar con eso. Pero no me quejo: otros tienen que luchar con cosas mucho peores de su infancia.
Aprendí a programar el M1 solito. Era una nave espacial y no había otro en 200 km a la redonda. Terminé haciendo magia con él. Después vino el módulo SW , el Sequenzer Q80, el X5D y una docena de máquinas que mis amigos me traían cuando se las compraban y no sabían después dónde estaba el botón de encendido. Tocaban el timpre y las ponían sobre mi mesa. Y yo siempre decía lo mismo: "Muy dificil no puede ser". E intentaba resolver el problema. No siempre lo lograba, pero siempre lograba algo. No fue hasta tiempo más tarde que me dí cuenta de que era bueno para desatar nudos. Quiero decir, cualquier tipo de nudo.
Ahora tengo el Korg Kross que compré por placer casi sin culpa hace un par de meses y algo me sucede: no consigo amoldarme a su modernidad. Ya estoy grande, por no decir viejo. Tomo la guitarra y me voy abajo del nogal. Anahí por ahí se aparece con un mate o mi café infaltable. Rasqueo, canturreo, intento exprimir de esas cuerdas alguna canción nueva, mientras no se corte ninguna, todo está como debe estar: mínimo esfuerzo, máximo disfrute. El solo pensar en zambullirme de nuevo en un turbio océano de menús, vectores, envolventes, osciladores, quantizadores me llena de desánimo, me quita todas las ganas de montar y domar el nuevo bicho.
A medida que el Mundo se vuelve más y más pixelado y digital, yo me vuelvo más y más analógico. Estoy más cerca de volver a la cartulina y la cinta de pegar que de trepar otro escalón en esta dudosa escalera de fibra óptica.
No se si todos estos recuerdos se desvanecerán como lágrimas en la lluvia, tal como dicen las líneas finales del guión de Blade Runner, pero a veces uno no se da cuenta de lo largo que ha sido el camino, y de quién era cuando comenzó a recorrerlo.
Andrés Mazzitelli, , 11 de Abril de 2015