martes, marzo 14, 2006

LA ÚLTIMA CANCIÓN- Andrés Mazzitelli


("La última canción" ganó el primer premio del Certamen de Cuento Corto Diario 
"La Voz Del Pueblo"Biblioteca Pública Domingo Faustino Sarmiento- 1997)


LA ÚLTIMA CANCIÓN
(Andrés Mazzitelli)

Sucedió algunas años después de la extinción del líquido corrector. Los defensores del entorno ecológico se estaban tomando un respiro: el consumo de papel había descendido casi a la mitad, toda vez que los libros se habían convertido en bites fulgurando de un lado a otro del planeta a través de una maraña de túneles de fibra óptica. 
Por entonces, el consorcio japonés SUSHUBA anunció, con la característica sobriedad nipona, la puesta en marcha de su último juguete: la TRILLON JAL 900, una sofisticada calculadora capaz de funcionar también corno archivo. El corazón del sistema era el chip B-28, un circuito integrado en forma de oblea dc 30 centímetros de lado, enfriado en una cuba de nitrógeno líquido a decenas de grados bajo cero. 
La máquina estaba vendida de antemano. Fue instalada en París, en el Museo Universal de la Música. Para la ocasión, Jean Michel Jarre, el casi octogenario tecladista electrónico, volvió a aparecer en público después de muchos años, para brindar el que seria el ultimo concierte de su vida. Se esperaba que la TRILLON se convirtiera en el depósito mas completo del mundo musical. Desde lo sucedido con la biblioteca de Alejandría, cuando un incendio provocó la pérdida irremediable de mas de medio millón de volúmenes, la idea de concebir un medio seguro para almacenar información se convirtió en una obsesión. La máquina se encargaría de reunir eventos musicales de todas las épocas y culturas. 
Y así fue: comenzó por leer partituras a un ritmo de 70 páginas por minuto. Conectada a las principales cadenas de radio y televisión, 300 emisoras de todo el planeta iban a parar al helado corazón del sistema. A medida que la trillón reconocía las melodías, las catalogaba por autor, título y fecha. El trabajo fue sencillo, teniendo en cuenta que los registros de propiedad intelectual de los principales países estaban conectados a la red mundial. El directorio del museo no salía de su asombro al contemplar cómo esta exquisita máquina registraba poco a poco el patrimonio musical de toda la humanidad. Todos los géneros fueron siendo absorbidos a lo largo de dos años de acopio incesante. 
Fue cuando el científico y saxofonista aficionado Thomas Edington, publicó en el semanario de Cambridge un artículo que causó primero curiosidad, y luego conmoción en el mundo entero. la TRILLION podía, de contar con el entorno de memoria apropiado, calcular todas las posibles combinaciones en el sistema occidental de doce tonos. Merced al cálculo factorial, la máquina poseía la habilidad de arrojar las combinaciones entre las doce notas y las siete medidas de tiempo.( redondas, blancas, negras, corcheas, etc.) 
Los filósofos del mundo se alzaron furiosos, argumentando que conocer la cifra atentaría contra a 1ibertad creativa. El museo estuvo a punto de desconectar la máquina, pero una cláusula contractual con el consorcio japonés SUSHUBA lo impidió. Desde Cambridge, Edington contraatacó: dijo que si la máquina reunía memoria equivalente a la suma de todos los discos rígidos de una ciudad del tamaño de Chicago, sería capaz de hallar hasta a mas absurda combinación musical. Vaticinó apocalípticamente que, de seguir reuniendo información al ritmo que lo hacia, la Trillón devoraría el patrimonio musical de toda la humanidad hasta la última nota en ...cinco años, a lo sumo. Más aún, podía incluso anunciar qué cantidad de combinaciones quedaban “en los tinteros” de los compositores. 
Las acciones de SUSHUBA, como es de suponer, salieron disparadas a las nubes del negocio bursátil. Para sostener esta popularidad, la misma empresa se encargó de proveer la memoria que la máquina requería para finalizar el calculo. Lo llamaron con actuada ingenuidad “una experiencia resonante”. 
Ese mismo año, el 24 de Mayo, una extraña leyenda violeta fulguró en las pantallas de la TRILLION: la cifra se había detenido. Esto significaba que, aún cuando más y más obras fueran creadas, la máquina las reconocía como anteriormente compuestas. O también, con simpatía, las rechazaba con el título de “Mosaico”, en alusión a que contenían dos o más fragmentos de viejas tonadas. Se desató así una singular cacería: ; un grupo de musicólogos restauró papiros del siglo V, encontrados en un monasterio del Tibet. Leídos por la máquina, la cifra. avanzó unos dígitos más. Desde las heladas planicies de Alaska, un coro de ancianos esquimales entonaron vía satélite siete cánticos ancestrales pan la TRILLON. El tercer cántico fue rechazado; la máquina lo reconoció como compuesto en 1318 por el trovador Giuseppe Raggi. 
La empresa SUSHUBA consiguió una síntesis mas poderosa del chip B-28, bautizado “B-28 Plus”, lo que acarreó una terrible consecuencia: la máquina anunció que solo quedaba UNA combinación posi1e, y luego la música, tal como se la conocía, llegaría a su fin. Los compositores del mundo se lanzaron en busca de esa rarísima combinación. Diariamente llegaban al museo registras de todas partes del globo, los que puntualmente eran desestimados por el sistema. 
Tres años mas tarde, con la introducción del chip “B-28 PLUS ULTRA”, la Trillón estuvo en condiciones de imprimir por sí misma la partitura restante en la música de toda la Historia de la humanidad. Conectada a un complejo de teclados, la computadora ejecutaría por sí misma la tonada.
Jean Michel Jarré, en un llamado desesperado a la solidaridad, solicitó ese día que lo desconectaran del respirador. Pero sus hijos se negaron.
En cada rincón del planeta, cada ser humano permaneció ese 21 de Noviembre absorto frente a algún medio de comunicación. 
La curiosidad inicial se fue trastocando en una extraña sensación de vació y angustia. 
La ejecución de la última canción posible duré seis minutos con dieciocho segundos de una frágil melodía para piano y violín.
Mientras los técnicos japoneses abordaban el avión de regreso a Osaka, esa madrugada, desde la soledad de las alturas, un hondo y persistente silencio se descolgó lentamente, mientras las estrellas se apagaban una a una...

                                                                              Andrés Mazzitelli



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